Hoy se cumplen 40 años de la desaparición de un gigante de la música de cine. Hace más de una década escribí un artículo sobre él en la revista de mi pueblo a modo de homenaje. Con vuestro permiso y por si os interesa lo reproduzco a continuación.
Suena a soledad – La música de Bernard Herrmann
En la secuencia del concierto de “El hombre que sabía demasiado” (1956) Bernard Herrmann hacía de director de orquesta. Este era, irónicamente, el papel que en la vida real le hubiera gustado desempeñar...
Herrmann ya realizaba numerosos dramas radiofónicos en los años 30, llegando a componer piezas para el Mercury Theatre de Orson Welles. Debutó en el mundo del cine precisamente junto a él en 1941, con la partitura de “Ciudadano Kane”. En el mismo año obtendría el único Óscar de su carrera por la banda sonora de “El hombre que vendió su alma” de William Dieterle.
Además de colaborar con americanos inconformistas de la talla de Welles, Mankiewicz o Ray, trabajaría al lado de europeos integrados en Hollywood como el propio Dieterle o Alfred Hitchcock. De la mano del “mago del suspense” le vino el reconocimiento mundial a su obra pero, como contrapartida, también un encasillamiento casi definitivo.
Lamentaba Herrmann no haber escrito nunca música para una comedia, aunque se aproximó a un tono más ligero en “Pero, ¿quién mató a Harry?” y en “Con la muerte en los talones”. Curiosamente, películas posteriores que siguieron ciertas huellas del estilo de Hitchcok, combinando dosis de fino humor con intrigas y aventuras sofisticadas tales como “Charada” o “Arabesco” (ambas de Stanley Donen), contaron con el compositor Henry Mancini, encasillado a su vez por sus frecuentes melodías alegres.
A pesar de que todos le recordaremos por su contribución al cine de Hitchcock, Herrmann dio igualmente muestras de su versátil talento creando imaginativos pasajes para obras de ciencia ficción y fantasía, como “Ultimamátum a la Tierra”, “Simbad y la princesa”, o “La isla misteriosa” y dramas bélicos como “Los desnudos y los muertos”. Por otra parte, en la televisión supo desenvolverse con gran soltura grabando la sintonía así como el fondo musical de algunos episodios de la “Dimensión desconocida” y “La hora de Alfred Hitchcock”
Su inolvidable etapa con el maestro británico se inició con la citada “Pero, ¿quién mató a Harry?” y concluyó, once años y ocho películas después, al serle rechazada la partitura que presentó para “Cortina rasgada”. Según parece, al director le habían aconsejado actualizar la música de sus proyectos y acercarse al pop imperante en la época (Por ello se valdría, cuando en 1969 filmó “Topaz” de la ayuda de Maurice Jarre, uno de los pioneros de la experimentación electrónica en el campo de las bandas sonoras). No obstante, su cine no volvería a brillar como antes. Herrmann solía afirmar, en un arrebato de orgullo, acorde con su natural inmodestia, que Hitchcock sólo realizaba un 60% de cada película y que era él quien tenía que terminarla.
Sea como fuere, este enamorado de Händel y Wagner consiguió transmitir a cientos de escenas del director británico una cantidad de matices asombrosa. No en vano, en muchas ocasiones lo que componía determinaba el carácter final de una secuencia. El paradigma de esto quizá fue aquella ducha sangrienta en “Psicosis”, que traumatizó a todos los espectadores y que fue concebida en principio por Hitchcock sin música (como luego sucedería, ya sin Herrmann, en la lenta y laboriosa primera muerte de “Cortina rasgada”): esos 78 planos en 45 segundos bajo el afilado énfasis de los violines y el chelo de una orquesta de cuerda.
La interpretación neutra de los actores que tanto ansiaba el director para poder así llevar a cabo un montaje con mayor libertad también le permitía introducir a Herrmann una amplia gama de sonidos intencionados (en relación a miradas, gestos, o la simple presencia o colocación de objetos) que intensificaban la acción y le imprimían el ritmo preciso.
Música y montaje eran pues las herramientas narrativas básicas para elaborar el itinerario emocional del suspense. En virtud de ellas empleaba compases cortos y repetitivos como excitantes motivos musicales (y no sólo temas melódicos al servicio del género), respetando la integridad de las imágenes y el diálogo de los personajes en cada momento.
Tras su etapa con Hitchcock, el compositor fue reivindicado por Truffaut y por una joven generación de realizadores americanos como Brian de Palma y Martin Scorsese.
Desgraciadamente, en la Nochebuena de 1975, al completar su trabajo para “Taxi driver”, moría este genio de la música de cine. El éxito de la película, que le fue dedicada a título póstumo, no hizo sino confirmar el enorme caudal creativo de Bernard Herrmann. Nunca tanta desolación ha cabido en tan pocas notas.
Envuelto de nuevo en una historia de siniestros ecos, aquel inicial redoble de tambor que anunciaba el dulce sonido del saxo se quedará grabado en nuestra memoria, junto a las imágenes impregnadas de tristeza de una ciudad húmeda, a través de calles transitadas por un solitario taxista incapaz, una noche más, de conciliar el sueño...
Hoy se cumplen 40 años de la desaparición de un gigante de la música de cine. Hace más de una década escribí un artículo sobre él en la revista de mi pueblo a modo de homenaje. Con vuestro permiso y por si os interesa lo reproduzco a continuación.
Han pasado casi tres años desde que empezó Popuheads, y aún me sorprende el nivel de algunos textos que se publican en un foro tan familiar como este.
Gracias por compartirlo, Ale. Herrmann fue un coloso de la música en un universo musical tan especial como el Hollywood clásico, donde también estaba rodeado de gigantes.
LOU RIP Forum Punisher
Mensajes : 69907 Fecha de inscripción : 27/02/2013 Edad : 58 Localización : Portugalete-Estonia
Hoy se cumplen 40 años de la desaparición de un gigante de la música de cine. Hace más de una década escribí un artículo sobre él en la revista de mi pueblo a modo de homenaje. Con vuestro permiso y por si os interesa lo reproduzco a continuación.
Han pasado casi tres años desde que empezó Popuheads, y aún me sorprende el nivel de algunos textos que se publican en un foro tan familiar como este.
Gracias por compartirlo, Ale. Herrmann fue un coloso de la música en un universo musical tan especial como el Hollywood clásico, donde también estaba rodeado de gigantes.
Es que Ale es gloria bendita, lo único que él disfruta más con su humor socarrón y sureño que dando lecciones de maestria como en este párrafo.
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Cris Van Zant
Mensajes : 34942 Fecha de inscripción : 25/09/2014
Hoy se cumplen 40 años de la desaparición de un gigante de la música de cine. Hace más de una década escribí un artículo sobre él en la revista de mi pueblo a modo de homenaje. Con vuestro permiso y por si os interesa lo reproduzco a continuación.
Suena a soledad – La música de Bernard Herrmann
En la secuencia del concierto de “El hombre que sabía demasiado” (1956) Bernard Herrmann hacía de director de orquesta. Este era, irónicamente, el papel que en la vida real le hubiera gustado desempeñar...
Herrmann ya realizaba numerosos dramas radiofónicos en los años 30, llegando a componer piezas para el Mercury Theatre de Orson Welles. Debutó en el mundo del cine precisamente junto a él en 1941, con la partitura de “Ciudadano Kane”. En el mismo año obtendría el único Óscar de su carrera por la banda sonora de “El hombre que vendió su alma” de William Dieterle.
Además de colaborar con americanos inconformistas de la talla de Welles, Mankiewicz o Ray, trabajaría al lado de europeos integrados en Hollywood como el propio Dieterle o Alfred Hitchcock. De la mano del “mago del suspense” le vino el reconocimiento mundial a su obra pero, como contrapartida, también un encasillamiento casi definitivo.
Lamentaba Herrmann no haber escrito nunca música para una comedia, aunque se aproximó a un tono más ligero en “Pero, ¿quién mató a Harry?” y en “Con la muerte en los talones”. Curiosamente, películas posteriores que siguieron ciertas huellas del estilo de Hitchcok, combinando dosis de fino humor con intrigas y aventuras sofisticadas tales como “Charada” o “Arabesco” (ambas de Stanley Donen), contaron con el compositor Henry Mancini, encasillado a su vez por sus frecuentes melodías alegres.
A pesar de que todos le recordaremos por su contribución al cine de Hitchcock, Herrmann dio igualmente muestras de su versátil talento creando imaginativos pasajes para obras de ciencia ficción y fantasía, como “Ultimamátum a la Tierra”, “Simbad y la princesa”, o “La isla misteriosa” y dramas bélicos como “Los desnudos y los muertos”. Por otra parte, en la televisión supo desenvolverse con gran soltura grabando la sintonía así como el fondo musical de algunos episodios de la “Dimensión desconocida” y “La hora de Alfred Hitchcock”
Su inolvidable etapa con el maestro británico se inició con la citada “Pero, ¿quién mató a Harry?” y concluyó, once años y ocho películas después, al serle rechazada la partitura que presentó para “Cortina rasgada”. Según parece, al director le habían aconsejado actualizar la música de sus proyectos y acercarse al pop imperante en la época (Por ello se valdría, cuando en 1969 filmó “Topaz” de la ayuda de Maurice Jarre, uno de los pioneros de la experimentación electrónica en el campo de las bandas sonoras). No obstante, su cine no volvería a brillar como antes. Herrmann solía afirmar, en un arrebato de orgullo, acorde con su natural inmodestia, que Hitchcock sólo realizaba un 60% de cada película y que era él quien tenía que terminarla.
Sea como fuere, este enamorado de Händel y Wagner consiguió transmitir a cientos de escenas del director británico una cantidad de matices asombrosa. No en vano, en muchas ocasiones lo que componía determinaba el carácter final de una secuencia. El paradigma de esto quizá fue aquella ducha sangrienta en “Psicosis”, que traumatizó a todos los espectadores y que fue concebida en principio por Hitchcock sin música (como luego sucedería, ya sin Herrmann, en la lenta y laboriosa primera muerte de “Cortina rasgada”): esos 78 planos en 45 segundos bajo el afilado énfasis de los violines y el chelo de una orquesta de cuerda.
La interpretación neutra de los actores que tanto ansiaba el director para poder así llevar a cabo un montaje con mayor libertad también le permitía introducir a Herrmann una amplia gama de sonidos intencionados (en relación a miradas, gestos, o la simple presencia o colocación de objetos) que intensificaban la acción y le imprimían el ritmo preciso.
Música y montaje eran pues las herramientas narrativas básicas para elaborar el itinerario emocional del suspense. En virtud de ellas empleaba compases cortos y repetitivos como excitantes motivos musicales (y no sólo temas melódicos al servicio del género), respetando la integridad de las imágenes y el diálogo de los personajes en cada momento.
Tras su etapa con Hitchcock, el compositor fue reivindicado por Truffaut y por una joven generación de realizadores americanos como Brian de Palma y Martin Scorsese.
Desgraciadamente, en la Nochebuena de 1975, al completar su trabajo para “Taxi driver”, moría este genio de la música de cine. El éxito de la película, que le fue dedicada a título póstumo, no hizo sino confirmar el enorme caudal creativo de Bernard Herrmann. Nunca tanta desolación ha cabido en tan pocas notas.
Envuelto de nuevo en una historia de siniestros ecos, aquel inicial redoble de tambor que anunciaba el dulce sonido del saxo se quedará grabado en nuestra memoria, junto a las imágenes impregnadas de tristeza de una ciudad húmeda, a través de calles transitadas por un solitario taxista incapaz, una noche más, de conciliar el sueño...
Muy bueno, Ale. Como se parece aquí el Hermann a un amigo que tuve. Clavao.
Alinoe
Mensajes : 12032 Fecha de inscripción : 28/02/2013 Edad : 48
Hoy se cumplen 40 años de la desaparición de un gigante de la música de cine. Hace más de una década escribí un artículo sobre él en la revista de mi pueblo a modo de homenaje. Con vuestro permiso y por si os interesa lo reproduzco a continuación.
Suena a soledad – La música de Bernard Herrmann
En la secuencia del concierto de “El hombre que sabía demasiado” (1956) Bernard Herrmann hacía de director de orquesta. Este era, irónicamente, el papel que en la vida real le hubiera gustado desempeñar...
Herrmann ya realizaba numerosos dramas radiofónicos en los años 30, llegando a componer piezas para el Mercury Theatre de Orson Welles. Debutó en el mundo del cine precisamente junto a él en 1941, con la partitura de “Ciudadano Kane”. En el mismo año obtendría el único Óscar de su carrera por la banda sonora de “El hombre que vendió su alma” de William Dieterle.
Además de colaborar con americanos inconformistas de la talla de Welles, Mankiewicz o Ray, trabajaría al lado de europeos integrados en Hollywood como el propio Dieterle o Alfred Hitchcock. De la mano del “mago del suspense” le vino el reconocimiento mundial a su obra pero, como contrapartida, también un encasillamiento casi definitivo.
Lamentaba Herrmann no haber escrito nunca música para una comedia, aunque se aproximó a un tono más ligero en “Pero, ¿quién mató a Harry?” y en “Con la muerte en los talones”. Curiosamente, películas posteriores que siguieron ciertas huellas del estilo de Hitchcok, combinando dosis de fino humor con intrigas y aventuras sofisticadas tales como “Charada” o “Arabesco” (ambas de Stanley Donen), contaron con el compositor Henry Mancini, encasillado a su vez por sus frecuentes melodías alegres.
A pesar de que todos le recordaremos por su contribución al cine de Hitchcock, Herrmann dio igualmente muestras de su versátil talento creando imaginativos pasajes para obras de ciencia ficción y fantasía, como “Ultimamátum a la Tierra”, “Simbad y la princesa”, o “La isla misteriosa” y dramas bélicos como “Los desnudos y los muertos”. Por otra parte, en la televisión supo desenvolverse con gran soltura grabando la sintonía así como el fondo musical de algunos episodios de la “Dimensión desconocida” y “La hora de Alfred Hitchcock”
Su inolvidable etapa con el maestro británico se inició con la citada “Pero, ¿quién mató a Harry?” y concluyó, once años y ocho películas después, al serle rechazada la partitura que presentó para “Cortina rasgada”. Según parece, al director le habían aconsejado actualizar la música de sus proyectos y acercarse al pop imperante en la época (Por ello se valdría, cuando en 1969 filmó “Topaz” de la ayuda de Maurice Jarre, uno de los pioneros de la experimentación electrónica en el campo de las bandas sonoras). No obstante, su cine no volvería a brillar como antes. Herrmann solía afirmar, en un arrebato de orgullo, acorde con su natural inmodestia, que Hitchcock sólo realizaba un 60% de cada película y que era él quien tenía que terminarla.
Sea como fuere, este enamorado de Händel y Wagner consiguió transmitir a cientos de escenas del director británico una cantidad de matices asombrosa. No en vano, en muchas ocasiones lo que componía determinaba el carácter final de una secuencia. El paradigma de esto quizá fue aquella ducha sangrienta en “Psicosis”, que traumatizó a todos los espectadores y que fue concebida en principio por Hitchcock sin música (como luego sucedería, ya sin Herrmann, en la lenta y laboriosa primera muerte de “Cortina rasgada”): esos 78 planos en 45 segundos bajo el afilado énfasis de los violines y el chelo de una orquesta de cuerda.
La interpretación neutra de los actores que tanto ansiaba el director para poder así llevar a cabo un montaje con mayor libertad también le permitía introducir a Herrmann una amplia gama de sonidos intencionados (en relación a miradas, gestos, o la simple presencia o colocación de objetos) que intensificaban la acción y le imprimían el ritmo preciso.
Música y montaje eran pues las herramientas narrativas básicas para elaborar el itinerario emocional del suspense. En virtud de ellas empleaba compases cortos y repetitivos como excitantes motivos musicales (y no sólo temas melódicos al servicio del género), respetando la integridad de las imágenes y el diálogo de los personajes en cada momento.
Tras su etapa con Hitchcock, el compositor fue reivindicado por Truffaut y por una joven generación de realizadores americanos como Brian de Palma y Martin Scorsese.
Desgraciadamente, en la Nochebuena de 1975, al completar su trabajo para “Taxi driver”, moría este genio de la música de cine. El éxito de la película, que le fue dedicada a título póstumo, no hizo sino confirmar el enorme caudal creativo de Bernard Herrmann. Nunca tanta desolación ha cabido en tan pocas notas.
Envuelto de nuevo en una historia de siniestros ecos, aquel inicial redoble de tambor que anunciaba el dulce sonido del saxo se quedará grabado en nuestra memoria, junto a las imágenes impregnadas de tristeza de una ciudad húmeda, a través de calles transitadas por un solitario taxista incapaz, una noche más, de conciliar el sueño...